Adiós a Juan Pablo II


Foto Cortesía: www.obispadogchu.org.ar

No sé cómo voy a reconocer a un nuevo Pontífice. La verdad es que sólo he visto como máximo jerarca de la iglesia a Juan Pablo II, y no me imagino a otra persona ejerciendo como predicador del evangelio.

En él, siempre vi el reflejo de Pedro, aquel apóstol que fuera designado por Jesús para que diera a conocer su palabra. Siempre noté que era muy preciso para manejar masas, estuvo presto a la ayuda de países con problemas, se dedicaba a los jóvenes y el tratar de unir a todo el planeta aunque fuera para que no se realizaran guerras, fue lo que más admire.

Tengo 28 años, cuando tenía dos, y se posesionó el cardenal Wojtyla como Santísimo Padre en 1978, la verdad no me acuerdo mucho; pero fue con él con quien crecí. Mi abuela materna lo adoraba, por eso fue mucho mejor que fuera ella quien primero se fuera al cielo, porque si no a la viejita le daba alguna cosa.

Eso fue el Papa en mi casa, y no porque me lo impusieran, porque la verdad siempre tuvimos autonomía en el sentido religioso. En él siempre vi al hombre dedicado y transparente, puede que a muchos no les guste este pensamiento, pero así lo viví yo.

Es más, hacia el año 1986, cuando Juan Pablo II visitó a Colombia, contaba con 10 años y vivía en mi ciudad natal (Pereira). Todo fue júbilo y algarabía en el pueblo y en el país entero, pues la Perla del Otún era una de las ciudades escogidas por el Vaticano para recibir el beso santo de la tierra. Y eso que solo se bajaba del avión, se inclinaba en la pista de aterrizaje del aeropuerto Matecaña, besaba la tierra, recibía los honores de una visita de estado y partía; ni siquiera salía a la ciudad, todo se hizo sobre el asfalto de los aviones.

Pero este revuelo sirvió para que el gobierno de Belisario Betancourt volteara sus ojos a Pereira y hasta arreglaron la pista, pusieron luces nuevas, iluminaron la parte exterior del aeropuerto, podaron los pastos, limpiaron todo a su alrededor, mejor dicho ni que viniera el Papa. Lo mejor de todo es que esas nuevas adecuaciones aún se conservan.

El día que aterrizó el avión en el que venía el Sumo Pontífice, toda la gente estaba pegada a las rejas de la pista del aeropuerto, y por su puesto yo estaba ahí con mi familia, jamás se borrará de mi alma esa frescura y paz que sentí cuando bajó su Santidad por las escaleras del avión, estaba a 20 metros de mi alcance pero no importó.

Así que espero que entiendan que la partida de Juan Pablo II fue difícil para mí y para muchos de mi generación, pues fue con él con el que pasamos gran parte de nuestra vida.

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